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Felipe Varela, el último grito de la montonera federal

[4/06/2008] Felipe Varela nació en Huaycama, departamento de Valle Viejo, provincia de Catamarca, en 1821, murió en Ñantoco, Chile, el 4 de junio de 1870.

Fue estanciero y militar, líder del último pronunciamiento de los caudillos del interior contra la hegemonía política de Buenos Aires posterior a la batalla de Pavón.

Contrario a la masacre perpetrada por el gobierno contra Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza, Felipe Varela fue apodado el Quijote de los Andes por el desafío que planteó al gobierno central con un reducido ejército de menos de 5.000 hombres, hizo frente a éste en la región andina y cuyana durante varios años. Finalmente derrotado, murió exiliado en Chile.

El 6 de diciembre de 1866 entre los boquetes de la cordillera de los Andes el coronel Felipe Varela da a conocer su proclama, dando un profundo sentido nacional y americano a la lucha montonera que han reiniciado Aurelio Zalazar en Catuma y los “colorados” en Cuyo.

El caudillo catamarqueño, que fuera segundo jefe del Chacho, y como tal admirado y respetado en el noroeste argentino, llega marcialmente desde Chile con su inconfundible figura, su gran sombrero y sus largos bigotes canos. Le acompañan pocos hombres y escaso armamento, pero sabe que lo espera una nación sometida por la fuerza y convulsionada, que sólo engrillada admite ir a pelear contra sus hermanos paraguayos. Cada sufrido hombre de nuestro interior provinciano es un montonero que está esperando nada más que la voz de su jefe para incorporarse al combate.

“¡Compatriotas, a las armas!” es la invitación de Felipe Varela. Mas, a diferencia del Chacho, su “Proclama” enuncia un programa concreto y revolucionario. No se trata solo de una lucha romántica contra el tirano de Buenos Aires y sus mandantes europeos. Dirá Varela: “¡Soldados federales! Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas”. Y no vacilará en enjuiciar con severos y definitivos trazos la política mitrista: “Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquél mismo porteño que, después de la derrota de Cepeda, lagrimando juró respetarla.

“Compatriotas, desde que aquel usurpó el Gobierno de la Nación el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre”.

Ante el pronunciamiento de Felipe Varela, el mitrismo vacila. Comprende que se ha iniciado en nuestro país una revolución popular americana; sabe bien que el lema que el caudillo montonero lleva al combate –“La Unión Americana de las Repúblicas del Sud contra las Potencias Europeas” –no es una frase de circunstancias.

Pues el coronel Varela al titularse “Representante y Defensor de la Unión de Americana” está entroncando su pronunciamiento en la reacción continental contra los planes del Imperio Británico de apoderarse definitivamente de América.

El Imperio Británico y El Apoderamiento Continental

Efectivamente, hacia 1860 y en los años sucesivos el Imperio Británico realiza una sutil maniobra tendiente a lograr el apoderamiento definitivo del continente sudamericano, eliminando las resistencias nacionales y la competencia internacional que pudiera perturbar sus planes de dominio.

El momento histórico elegido para ello no es casual: la guerra de la Secesión eliminaba a los Estados Unidos del plano competitivo internacional, a su vez que la coyuntura económica inglesa permitía la realización del plan imperialista: hacia esos años ya se encontraba aceleradamente desarrollado el proceso de acumulación de capital de concentración bancaria e industrial.

La crisis mundial del algodón y la necesidad de nuevas áreas de cultivo, así como el aseguramiento del fertilizante que permitiese una producción algodonera intensiva, movieron al Imperio Británico y su banca a proyectar una gran política imperialista de apoderamiento, cuya sutileza consistió en permanecer oculta tras fuerzas y diplomáticos de otras naciones. La maniobra se vio facilitada por el sometimiento financiero que el Imperio Británico había logrado a su favor tanto de Europa continental como de los países americanos. En esa intrincada red de empréstitos y dependencia, la compañía Baring Brothers jugaba un papel esencial.

El ataque a México, la guerra del guano y la de la Triple Alianza, así como las demás guerras y atropellos territoriales que soportó América en esa década de 1860, tuvieron un único responsable, invisible y oculto: el Imperio Británico.

El ataque de México tuvo su origen inmediato en la deuda de esta nación con la banca europea, en especial la inglesa. Y si bien el ataque se inicia por las fuerzas combinadas del Imperio, España y Francia, tras la “Convención de Soledad” ésta última nación será la ejecutora visible de los planes de conquista, tendientes a asegurar, en su fin último, el cobro de la deuda externa y dominar absolutamente la política y economía mexicana mediante la concreción de nuevos empréstitos con las bancas Rotschild y Jecker.

La guerra del guano, por su parte, es otra cruel evidencia de los complejos planes del Imperio Británico y su banca. Mientras la Francia de Napoleón III atacaba México, la escuadra española dirigía sus naves hacia las costas del Perú, hacia donde llega a fines de 1864 para asolar a América con una nueva guerra de exclusivos fines económicos, cuyo beneficiario no es el atacante visible –España– sino su mandante financiero: el Imperio Británico a través de Rothschild y su testaferro el banquero español José de Salamanca.

El guano, fertilizante necesario para el consumo del algodón, corría peligro de salir del control británico por decisión nacionalista del gobierno peruano. De allí esta absurda guerra, en que la ocupación de la Isla de Chinchas y el bombardeo a la indefensa ciudad chilena de Valparaíso, no reconocían otra razón que el propósito de asegurar que el guano garantizara la deuda externa del Perú con la banca británica y su control directo por parte de las compañías explotadoras, también inglesas.

Junto al ataque a México y la guerra del guano contra Perú y Chile, se destaca el sangriento drama americano que es la destrucción del Paraguay nacionalista del mariscal Solano López. Pero América no permaneció indiferente. La respuesta continental no se dejó esperar. Ella fue la de la “Unión Americana de las Repúblicas del Sud del Nuevo Continente”.

Una “Unión Americana”, definida en sociedades políticas a o largo del continente desde la ciudad de México hasta Buenos Aires, puesta de manifiesto en congresos y publicaciones por los intelectuales nacionales, y encarnada en acto por las empobrecidas masas americanas, que tras Benito Juárez, Francisco Solano López y Felipe Varela, enfrentaron al invasor extranjero y sus mandatarios locales, en defensa de un continente que se negaba a ser definitivamente balcanizado y sometido.

El Defensor de la Unión Americana y Baring Brothers

“Entonces –recordará Felipe Varela en su “Manifiesto” – llevado del amor a mi Patria y a los grandes intereses de América, creí un deber mío, como soldado de la libertad, unir mis esfuerzos a los de mis compatriotas, invitándoles a empuñar la espada (…)”.

Tras el combate de Nacimientos (La Rioja) el 2 de enero de 1867, hasta el de Salinas de Pastos Grandes, el 12 de enero de 1869, en sucesivas campañas, incansables testimonios de heroicidad y grandeza, el caudillo catamarqueño y americano luchará denodadamente contra los ejércitos de línea, expresiones concretas de un política imperialista en cuyo vértice se encontraba la banca británica, y en lo que a la Argentina se refiere, Baring Brothers.

Dos meses antes del pronunciamiento varelista, Baring Brothers –como en los tiempos de Rivadavia– había logrado la “nacionalización” de la deuda externa. De esta manera lograba el control total de las finanzas públicas provinciales, las que con sus desvastadas economías garantizarían y abonarían los servicios de esa “deuda” con la alta banca británica.

En efecto, por ley 206 del 1° de octubre de 1866 se establecía que a partir del 25 de mayo de 1867 “quedaban a cargo de la Nación, las siguientes deudas comprendidas en la garantía acordada a la provincia de Buenos Aires: 1°) El empréstito inglés (es decir, la deuda con Baring Brothers); 2°) Los veinte millones de fondos públicos creados por la ley del 5 de mayo de 1859 (en poder de Mauá-Rothschild); 3°) Los veinticinco millones de fondos públicos creados por la ley del 8 de junio de 1861”.

Por eso Baring Brothers comprendía con claridad que el pronunciamiento varelista no sólo hacía peligrar la estabilidad del Gobierno de Mitre, sino que con sus postulados eminentemente nacionalistas y americanos y con su categórica defensa de las empobrecidas economías provinciales, era una formal declaración de guerra al Imperio Británico y a la banca cuyos intereses representaba.

De ahí que cuando el 27 de enero de 1867 el agente de Su Majestad Británica, Mr. George B. Mathews entrevista al Ministro de Relaciones Exteriores Rufino Elizalde y le ofrece el apoyo total de Inglaterra contra la revolución popular de Felipe Varela, que a su juicio “amenaza con dominar todo el país”, no hace más reconocer el peligro que importaba para los intereses británicos y en especial para Baring Brothers, la montonera argentina dispuesta a cambiar el destino de la patria y con ella de todo el continente sudamericano.

Bartolomé Mitre, súbdito inglés por su vocación de entrega, dirá satisfecho del ofrecimiento de intervención directa del Imperio Británico contra la heroica montonera del caudillo catamarqueño: “Me ha impresionado agradablemente tan noble proceder que a la vez testifica la cordialidad de nuestras relaciones con la Gran Bretaña, revela elocuentemente la amistad y simpatía que profesa a la administración argentina el ilustrado caballero Mathews”.

Mientras tanto, como bien dice Dardo de la Vega Díaz, “Por donde Varela pasa, los ranchos van quedando vacíos”. El jefe revolucionario con voz grave y serena irá enrolando tras de sí a las masas criollas tras explicarles el sentido de su “Cruzada Libertadora” para terminar "con los tiempos del coloniaje” como los califica, ya que sabe bien que “los liberticidas”, “los servidores del círculo del general Mitre” tratarán de hacerlo aparecer como un bárbaro bandolero –calificación que perdurará luego en toda la historiografía oficial– para descalificar su lucha y justificar la sangrienta represión.

A tales infamias responderá irónicamente Felipe Varela: “Ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! eso es ser traidor a la patria y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!” Pero los verdaderos traidores a la Patria, de espaldas al país e inclinados ante Baring Brothers, ponían precio al pueblo levantado en montonera.

La Misión de Norberto de la Riestra

Mientras el gobierno mitrista en nota oficial manifestaba su total oposición a toda “Unión Americana” y afirmaba enfáticamente que “La República está identificada con la Europa hasta lo más que es posible”, Norberto de la Riestra, enviado especial de Mitre a Londres, trataba de demostrar en los hechos el servilismo total que el propio Gobierno reconocía en sus declaraciones diplomáticas. El británico de la Riestra, llevaba por misión contraer un empréstito de doce millones de pesos de acuerdo a la ley 128 de 1865.

Demás está aclarar que la gestión de la Riestra era ante la Casa Baring. Esta sólo adelantará 200.000 libras, de las cuales llegaran a Buenos Aires escasamente 100.000, el resto del empréstito queda supeditado a que la Argentina “peticione conjuntamente con el Brasil”. La alta banca británica quería asegurar de tal manera que el eje Rothschild-Baring contara con total control financiero de la “Alianza” contra el Paraguay.

Norberto de la Riestra, al igual que el Barón de Mauá urgía en la City que se llevara a cabo el empréstito que le permitía al gobierno de Mitre terminar con el tirano del Paraguay y los bárbaros montoneros.

Para “facilitar” la gestión se resuelve “reducir” el precio del empréstito, aumentando de tal manera las ya cuantiosas ganancias aseguradas a Baring Brothers. Con fecha cuatro de febrero de 1868, Mitre presta su conformidad para que se reduzca a 70 el precio del empréstito. Finalmente, en junio de dicho año, el enviado plenipotenciario comunica al gobierno argentino la realización del nuevo préstamo, destinado a financiar la destrucción de la resistencia armada americana: 2.500.000 libras, con una supuesta recepción real de 1.735.703 libras, 6s.10 d… Este empréstito, pagado con “el hambre y sed argentina” insumiría hasta 1883 m$n 8.417.515 como renta y m$n. 7.618.968 en calidad de amortización, quedando aún 988.300 libras, que Agote calculaba (en aquel año) que no iban a poder ser canceladas antes de 1889... Es decir que sobre 1.735.703 libras recibidas teóricamente, debieron pagarse más de 4.000.000 de libras, para satisfacción de Baring Brothers.

El Fin de La Patria Grande

Felipe Varela y los hombres de la revolución contaban con el levantamiento del litoral argentino, con sus caudillos Justo José de Urquiza y Ricardo López Jordán. El mercader Urquiza, especulará con un supuesto apoyo a la montonera –que no se producirá nunca– para obtener notables ganancias en negocios con el Banco de Londres, mientras sueña con la candidatura presidencial. Ricardo López Jordán logrará pronunciarse tardíamente, recién después de la muerte de Urquiza en San José.

Circunscripta al noroeste argentino, la revolución varelista se convierte en una heroica epopeya, en el último grito montonero de protesta ante el avance de la “civilización portuaria”, pero inexorablemente condenado al fracaso en el terreno de las armas.

Tingosta, Paso de San Ignacio, Pozo de Vargas, Salta y Jujuy, darán testimonio esperanzado del paso del caudillo y su montonera, hambreada y sin recursos, pero siempre dispuesta a cumplir la palabra empeñada por su jefe en el “Manifiesto”: “Siempre que la suerte quiera ayudarme, siempre que el cielo quiera protegerme, combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”.

La muerte galopará hacia el caudillo americano en Chile, tísico y postrado, pero con los ojos puestos en su patria sufriente un 4 de junio de 1870. Coetáneamente cesaba la última resistencia del mariscal Francisco Solano López, muriendo con él el Paraguay nacional y proteccionista.

Ya nada se oponía a los planes británicos. La Argentina convertida en una “gran estancia” otorgaba el máximo de garantías a los “inversores” británicos. El ocaso de la nacionalidad se cotizaba satisfactoriamente en el mercado de valores londinense. El nombre de Baring Brothers brillaba con mayor esplendor que nunca.

(Tomado de Baring Brothers y la historia política argentina, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Dualde, Editorial La Estrella, Buenos Aires, 1968)

Fuente: www.lagazeta.com.ar

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