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Ciencia, Tecnología y Sociedad
Tecnología, desarrollo y democracia

[16/02/2007] Apuntes para la discusión

El inesperado conflicto generado por las plantas de pasta de celulosa sobre el Río Uruguay invita a una reflexión profunda sobre lo que se encuentra realmente en juego en esta controversia ya que sólo llegando a la médula de la cuestión se podrá marchar hacia una solución que no sea sólo un triste parche coyuntural. La firmeza del pueblo de Gualeguaychú trae a la tapa de los diarios un tema que los llamados Estudios CTS -por Ciencia, Tecnología y Sociedad- vienen proclamando desde los años 70: la necesaria consideración de los procesos científicos, tecnológicos e industriales como procesos sociales. Esta corriente de pensamiento y de acción se opone al llamado modelo lineal de desarrollo y a su pretendida neutralidad valorativa de la ciencia y tecnología, según la cual estas actividades no son ni buenas ni malas en sí mismas sino que su carácter positivo o negativo depende de cómo los seres humanos usemos los conocimientos, las técnicas y los artefactos que hacen posible. Por el contrario propone una concepción alternativa según la cual la ciencia y la tecnología ya no pueden concebirse como políticamente indiferentes. La razón es que no se las entiende solamente como un conjunto de teorías, artefactos y técnicas aislados de todo contexto, sino que se las reconoce como sistemas amplios que incluyen tanto a los agentes que determinan los fines como a los investigadores y técnicos que los llevan adelante, para lo cual ponen necesariamente en juego creencias, conocimientos, valores y normas que se transmiten ineluctablemente a la ciencia y tecnología resultantes. Desde esta concepción las teorías científicas, los sistemas tecnológicos y los procesos industriales pueden ser condenables o loables, ya que medios y fines no están completamente desligados sino que se influyen mutuamente. Esta mirada alternativa permite, a través de la afirmación de la no neutralidad de estos procesos, sostener que los mismos sesgan las posibilidades sociales de acuerdo a un programa predefinido y, a partir de allí, valida lo imperioso de una necesaria reforma política que acerque a la ciencia, la tecnología y la industria asociada a las urgentes necesidades sociales.

Para marchar en esta dirección y ante el internalismo que pretende encerrar la ciencia dentro de los laboratorios y el proceso de diseño tecnológico dentro de las fábricas, no debe perderse de vista la importancia de una cuestión central ligada a la valoración externa del progreso: ¿cuál es la utilidad, potencialidad y consecuencias de las innovaciones pretendidas por los agentes productores desde la perspectiva del contexto social amplio al cual afectará su aplicación? Este interrogante, que se pregunta por los fines, debe modelar y limitar la racionalidad instrumental económica. Una genuina “revolución tecnológica” sólo surgirá de explorar una nueva manera de ligar el desarrollo tecnológico y la producción de conocimiento con los deseos y necesidades legítimos de las personas, con miras al desarrollo de una vida digna y la realización de intereses auténticos y sustentables de las diversas comunidades involucradas. La pregunta por los fines, cuestiona el concepto de “tecnología de avanzada” y conduce al de “tecnología adecuada”. Lleva a abrirse de manera natural y sin esfuerzos a la pregunta por la legitimidad de los objetos técnicos en sí mismos y no sólo por su uso y aplicación. La posición resultante se enfrenta a la de una tecnología intrínsecamente neutral, cuyo camino de progreso está internamente referenciado y delineado y al que no se le debe oponer control alguno: la tecnología por sí misma rebalsará en beneficios para la humanidad y, si subsiste o se generara algún nuevo problema, será el propio desarrollo tecnológico quien lo eliminará, sólo hace falta tiempo y más tecnología. Cuestionar los fines torna pertinente interrogar a la tecnología en el plano político y axiológico, de los principios y valores: ¿respeta o atenta contra la dignidad de las personas? ¿promueve el bien común y la justa distribución de los bienes o facilita el proceso de acumulación desigual? ¿impulsa la subsidiaridad para con los más débiles y las minorías o fomenta la exclusión? ¿allana la participación democrática o es funcional al ejercicio del autoritarismo? ¿anima al desarrollo pleno de la solidaridad y la fraternidad o exacerba el individualismo? ¿mejora la oportunidad de acceso al trabajo o genera desocupación? ¿es social y medioambientalmente sustentable o pone en peligro a las generaciones venideras?

Si coincidimos en afirmar que se debe dejar de pensar a las técnicas como escindidas entre “desarrollar y utilizar” ya que no son simples medios para las actividades humanas a los que se les pueden dar un buen o mal uso, sino que son fuerzas que moldean y condicionan a la sociedad, concluiremos que lo que aparentan ser meras elecciones instrumentales son en realidad elecciones acerca de la forma de la vida social y política que construye una sociedad. Así las cosas es posible alcanzar un nuevo tipo de sociedad tecnológica que de lugar a un mayor ámbito de valores si se democratiza la tecnología, si se marcha hacia una noción de racionalización fundada en la responsabilidad de la acción técnica por los contextos humanos y naturales, en oposición a la hegemonía dominante. Por una parte el desarrollo tecnológico no es unilineal, sino que se ramifica en muchas direcciones y puede alcanzar generalmente altos niveles a lo largo de más de una vía diferente; por otra, el desarrollo tecnológico no está libremente determinado por la sociedad, sino está sobredeterminado por ambos factores tecnológicos y sociales. Si la tecnología tiene potencialidades inexploradas, no son los imperativos tecnológicos los que establecen la jerarquía social existente, sino que la tecnología es un escenario más de la lucha social en el cual las alternativas de la civilización están en pugna. Es aquella hegemonía, que se ha incorporado en la tecnología, la que debe ser cuestionada en la lucha por la reforma tecnológica.

La relatividad de los conceptos de progreso y desarrollo, así como la no neutralidad de la ciencia y la tecnología, valida el camino democrático como el único legítimo a seguir y en el contexto de la controversia sobre las fábricas de pastas de celulosa sobre el Río Uruguay una concepción democrática como la enunciada solo podría sostenerse a través de fomentar la participación ciudadana responsable y libre. Una posición así desplazaría la racionalidad tecnocrática hacia una racionalización democrática en donde los ciudadanos pasaríamos a tener una injerencia mayor en los procesos de diseño e implantación industrial, legitimando así la acción tecnológica y productiva desde las bases sociales a las cuales afectará irremediablemente. Ante la complejidad adicional que significa la participación de dos países soberanos en la controversia, el desafío democrático se extiende al Mercosur cuestionando la esencia misma de su razón de existencia.


Por Gustavo Giuliano - Integrante del Grupo de Estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad
Febrero de 2007

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