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Política y organización social
¿Cambio de gobierno o cambio de etapa?

[22/05/2009] Mirada sobre la coyuntura post-2007. Tres dimensiones de la política nacional: condiciones económicas, subjetividad social y sistema político.

Es indispensable percibir que el año 2007 objetiva un punto de inflexión en la coyuntura política del país que se expresa en tres dimensiones:
a) Puesta en cuestión (en algunos casos agotamiento) de las condiciones económicas que hicieron posible la fase de crecimiento 2002-2007.

b) Cambio en la subjetividad social.

c) Consolidación de un sistema político signado por una gobernabilidad conservadora.

En el plano económico puede decirse que todas las condiciones que hicieron posible la fase de recuperación del período 2002-07 están puestas en cuestión. La primera diferencia se expresa en las condiciones que exhibe la coyuntura internacional. Más allá del mantenimiento de precios elevados para los productos que la Argentina coloca en el mundo, la evidencia del proceso recesivo en los Estados Unidos pone sobre el escenario interrogantes importantes. No sólo aquellos relativos a la suba de los costos para el financiamiento de nuestra economía en un contexto donde se elevan los vencimientos por deuda pública, sino también aquellos que remiten a la duración que tendrá la recesión, a la extensión que ésta pueda tener sobre los países de Europa, a los efectos que producirá sobre el crecimiento económico de quienes le venden al Norte y nos compran a nosotros (Ej.: China, Brasil, etc.), o al carácter coyuntural o estructural de una crisis global, donde puede estar discutiéndose, incluso, un cambio de predominios en la economía global.
En suma, son demasiados elementos para pensar que con las reservas, el tipo de cambio flexible y el superávit fiscal pueda alcanzar. En coyunturas como estas, la densidad y diversidad productiva, el desarrollo tecnológico, y la capacidad de decisión soberana sobre el proceso de inversión adquieren especial importancia. Aspectos estos que no han estado en la agenda de los últimos años y que, nos encuentran hoy, en una matriz productiva que si bien ha crecido no se ha diversificado y con una cúpula empresaria donde el predominio trasnacional es absoluto. Es más, podría decirse que la aceptación pasiva de los precios que hasta hoy nos brinda la economía mundial (altos precios para los alimentos y las commodities así como bajos precios para la adquisición de maquinarias y equipos) tiende a consolidar la matriz primaria, extractiva y de baja densidad productiva que hoy caracteriza a nuestro país.

La segunda diferencia se expresa en la distribución del ingreso. Muchas veces no se percibe que una de las condiciones para el arranque de esta fase de crecimiento fue justamente la ampliación de la desigualdad. El impacto de la devaluación reduciendo en más de un 30% los costos laborales en un contexto de amplia disponibilidad de mano de obra (más de 20% de desempleo), fue clave junto a la licuación de deudas y la coyuntura de precios internacionales para recomponer los márgenes de beneficios de las principales empresas del país. Centralmente aquellas orientadas a la exportación y a la sustitución de importaciones y al abastecimiento de un mercado interno que fundado en la desigualdad de origen reconoce un papel dominante en el consumo de los sectores más acomodados. Está claro que el mayor dinamismo que el negocio inmobiliario, la construcción y las automotrices exhiben, no responde a la evolución de la masa salarial, sino a la expansión del consumo de los sectores de mayores ingresos. Así, la fase 2002-07 es una experiencia de crecimiento económico que en tanto se funda en una ampliación de la desigualdad vigente en la dolorosa Argentina del 2001, y donde la masa de beneficios creció más que la masa de salarios.

No obstante la magnitud del crecimiento, la reducción de la desocupación a casi un 10%, la instrumentación de políticas de salario mínimo y convenio colectivo así como la mayor capacidad de discusión de los asalariados en el citado contexto, permitió que entre los años 2004 y 2006 se produjera una recomposición de los ingresos de los trabajadores centrado sobre todo en los trabajadores formales y en aquellos situados en las empresas de mayor productividad. Esta recuperación (que es tal respecto a los mínimos históricos de los años 2002 y 2003 pero que sigue aún debajo del 2001) ha puesto en cuestión las ganancias extraordinarias originales de las empresas y fundamenta las presiones inflacionarias del año 2007. En este sentido, la inflación actúa como mecanismo corrector y preservador de las ganancias extraordinarias del empresariado más concentrado. A la vez, en tanto amplía la desigualdad reduce los efectos positivos que en materia de ingresos produce el crecimiento económico. Así, el año 2007 exhibe crecimiento, caída del salario real, mantenimiento de la pobreza, aumento de la indigencia (hambre) por alza en el precio de los alimentos e interrupción en la mejora relativa que la distribución del ingreso venía observando desde el 2004.

La tercer diferencia en el plano económico remite a la situación de la estructura productiva. Se observan aquí limitaciones que son el resultado de años de
desindustrialización y de un comportamiento de la inversión privada que pese a la envergadura que exhiben las tasas de ganancia y la masa de beneficios apropiados por el sector empresarial (claramente ubicados en sus máximos históricos), se ubica en términos relativos por debajo de experiencias recientes (Ej.: los noventa).

A este comportamiento hay que agregarle que la calidad de la inversión también revela limitaciones importantes. La proporción que ocupa la construcción y el material de transporte, transforma a la inversión en capital reproductivo en absolutamente exigua frente a la necesidad de sostener el crecimiento y diversificar la matriz productiva. Por cierto, lo expuesto adquiere relevancia ya que a diferencia del momento de arranque de esta fase de crecimiento (2002), donde había una amplia capacidad ociosa resultante de la situación recesiva alcanzada, hoy dicha capacidad disponible no existe y los cuellos de botella en materia productiva están a la orden del día. En consecuencia, en el marco de la Argentina desigual el consumo de los que más tienen se expande más rápido que la oferta provocando una mayor suba de las importaciones y presiones sobre los precios. Para ser precisos, en la Argentina concentrada y desigual que tenemos, la inflación es el resultado de que los ricos consumen mucho ( + demanda) e invierten poco y mal (restricción de oferta). Es más, la inflación es, ni más ni menos, que el obvio emergente del cambio de etapa en materia económica.

La cuarta diferencia remite a la infraestructura. En el 2002, la disponibilidad era la característica en materia de transporte, de energía y de comunicaciones, hoy, la recuperación de la economía ha puesto en evidencia los niveles de obsolescencia de la infraestructura y los límites en materia de inversión. Estos, que son resultado de la experiencia privatista de los noventa no se han resuelto a través de un modelo oficial que en lo sustantivo descarga los costos de inversión en el Sector Público o en la propia comunidad (Ej.: cargos específicos), al tiempo que mantiene, de manera dominante, el control privado sobre la gestión de la infraestructura.

En suma, nada es como era entonces. En este nuevo contexto, el empresariado más concentrado cierra filas en demanda de recuperar las ganancias extraordinarias que dieron origen a la presente etapa. Es más, pretenden -frente a presiones de costos ligadas a falta de insumos, límites en la capacidad productiva o infraestructura-, estabilizar la situación salarial afirmando casi que lo que este esquema puede dar en materia distributiva ha llegado, prácticamente, a su límite. Así las cosas, es esperable que la tasa de crecimiento se desacelere y que los rendimientos sociales que el período 2002-2006 exhibiera sean a partir de ahora mucho menores.

Lo expuesto abre a la consideración del segundo plano en el que se expresa el cambio de etapa: la modificación en la subjetividad social. Es obvio que la situación ya no es la que existía a la salida de la crisis. En aquel momento la obtención de un empleo pésimo y de bajos ingresos era un logro importantísimo para quienes venían del desempleo. Siendo más enfáticos, puede decirse que al finalizar la fase de caída permanente de la actividad económica que llega hasta el primer semestre del 2002, y comenzar el sendero de recuperación de la actividad, el crecimiento y la generación de empleo actúan como bálsamo de contención para la crisis social. Hoy, cuando la economía está en crecimiento hace cinco años y revela un PBI que está 36% arriba del 2001 y 25% por encima del año 1998, mientras el ingreso promedio de los ocupados apenas se encuentra en los niveles del 2001 y es un 12% inferior al de 1998, sumado a la existencia objetiva de casi 13 millones de pobres, se gestan condiciones que potencian la demanda social. Condiciones que no solo remiten a la situación objetiva de crecimiento desigual vivida hasta aquí, sino también a la prevalencia de núcleos discursivos que le han otorgado legalidad y legitimidad a la demanda social. Dicho de otro modo, en un contexto de crisis la subjetividad se moldea en torno a un anhelo básico “salir de ella”. Hoy la exigencia es mayor. Tanto porque el”horror” de la crisis quedó atrás como por el hecho de que el discurso dominante e incluso oficial no es el de los noventa. La gobernabilidad vigente se reconstruyó legitimando la demanda popular.

(a continuación, documento completo para descargar)


Claudio Lozano, Ana Rameri y Tomás Raffo. Mayo, 2008.

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El siguiente documento es el producto de un trabajo de investigación de más de un año que intentó indagar, a la luz de la trayectoria de la CTA, sus fundamentos políticos primeros y sus enunciados constitutivos, aquellos con capacidad de apelación y de apropiación por parte de un nuevo sujeto de trabajo. Como síntesis -no como conclusión-, tres ensayos políticos y doce entrevistas a referentes nacionales y provinciales de ese momento de la Central. Fue publicado en formato de libro para el IV Congreso Nacional de la CTA, en diciembre de 2002.


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