Marx se dio cuenta que el desarrollo de un mercado mundial estaba dándole un gran empujón al proceso de degradación ambiental, a través de las exportaciones masivas de productos agrícolas desde los países dominados hacia los países imperialistas. Incluso escribió que el uso de fertilizantes minerales, fertilizantes químicos y la mecanización de la agricultura no proveería una solución estructural al problema, por que el crecimiento en la productividad social del trabajo humano solo podía compensar parcial y temporalmente el descenso de la productividad natural del suelo, dado que la fertilidad natural es un “ límite, un punto de inicio y una base”. En la visión de Marx, una solución estructural solo podía llegar de una gestión racional del intercambio de materia entre la humanidad y la naturaleza, lo que él llama “la regulación del metabolismo social”.

No es casual que estos encuentros se estén realizando a lo largo y a lo ancho de nuestro país, prácticamente al unísono, por lo tanto debemos propender a la unidad de todas estas movidas, ya que su multiplicación se debe a que al día de hoy, de acuerdo a la política de desarrollo que se ha impuesto, profundizada vía aplicación del neoliberalismo, nos hemos convertido en la Nación que de acuerdo a su población, tiene el más alto estándar de contaminación ambiental sobre la Tierra. Esto es consecuencia de la desaprensión con que nuestra clase dominante ha tratado este territorio, ya en 1871, podemos encontrar el primer reproche judicial como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla, que se llevó gran parte de la población pobre de Capital Federal, donde se descubrió que el origen del flagelo, era responsabilidad de los saladeros de carne instalados en la orilla del Riachuelo, que vertían sus desechos en el lecho. Más allá de los intentos por corregir esta situación que se vieron por ejemplo, en el año 1935, cuando las organizaciones ambientalistas, le plantearon en aquel momento al concejal José Fernando Penelón de Concentración Obrera y, encontraron eco en éste para reconfigurar la Capital, hasta incluso modificar el centro geográfico de la misma, con una combinación de subterráneos y tranvías y de mantenimiento de casas bajas, evitando su demolición, para realizar anchas avenidas, que solo pudieran utilizar los mas pudientes con sus automóviles (actitud sumamente adelantada en esa época), la cultura dominante, por imposición de su ideología represiva, logró imponer un proceso involutivo, de separación del ser humano con la naturaleza, hecho que se refleja en la utilización irrespetuosa de los recursos naturales, como si éstos no estuvieran unificados integralmente al ser humano. O sea, la destrucción del ambiente natural implica la propia destrucción del ser humano, en tanto éste, también es medio ambiente. Se trata entonces de un ser humano separado y mutilado de la naturaleza. Por el contrario, la recuperación de los valores de nuestras culturas ancestrales, afro, indo, americana, hace a un ser humano, que asume su unidad integral con la naturaleza y la totalidad de lo real.

Ahora bien, ¿como llegamos a nuestra condición de ser humano?, sólo cuando vinculamos e imbricamos nuestra existencia, como tales, a la energía. Es aquí donde parecería que surge una contradicción con el párrafo anterior, pero no es así, porque fue el descubrimiento de la reproducción del fuego, que al cocer nuestros alimentos, nuestro maxilar inferior retrocediera, permitiendo así que creciera nuestro frontal, separándonos de nuestros parientes simios, adquiriendo a la vez la morfología de nuestra mano, con el pulgar enfrentado como pinza, lo que permitió que creáramos herramientas y las conserváramos hasta mejorarlas. Luego por observación, utilizamos el agua y el viento como valores energéticos concretos, pasando de lo cuantitativo a lo cualitativo en la calidad de alimentos, o sea de la producción a la creación y así de seguido, crecer en pensamiento hasta desarrollar el pensamiento crítico propiamente dicho, que es el que nos permite ahora estar inmersos en el estudio, para salir de esta trampa, que pone en riesgo el futuro de la humanidad, que es la desaprensión absoluta en el tratamiento de ésta, nuestra casa, la Tierra, que por otro lado no tenemos otro remedio que cuidarla, ya que no hay adonde irse. Convirtiendo la porfía en un imperativo categórico.

Ahora bien, debemos ser cuidadosos, porque para no caer en un esencialismo primitivo, el problema es de ritmo y no de límites absolutos. Para ser correctamente formulada, la pregunta debe ser: ¿Crece la producción humana a un ritmo que plantea límites de abastecimiento de materiales en un futuro previsible? Creemos que nadie se atrevería a dar una respuesta medianamente sólida, si consideramos el rápido crecimiento en ciencia básica y la aplicación tecnológica, que de ella surge y, en las estimaciones de existencia de los principales materiales, y en los cambios en la dinámica de la población. Lógico, se retoma, la necesaria pregunta esencial ¿Quién controla los resortes del poder, en la toma de decisiones? Y la respuesta es del orden del derecho consuetudinario: “EL PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN”, que debe estar indefectiblemente en manos del pueblo, que por supuesto debe hacerse de las herramientas institucionales, formativas, culturales, que le permitan discernir con claridad.

Es por ello, que como FeTERA y no por ser mejores ni conocer más, sino porque somos a diario, los que manipulamos los elementos concretos, que hacen a lo que antes nos referimos, o sea que no hay ser humano sin la energía, ergo, sin agua y sin minerales, es que hace 15 años, o sea desde nuestra creación que bregamos, repetimos, que la energía, el agua y los minerales, son de exclusivo derecho de los pueblos y hacen a su soberanía, de ahí que nos hacemos eco del pedido general a la Asamblea de las Naciones Unidas, de aprobar la Declaración Universal del Bien Común de la Humanidad, donde por primera vez aparecen la energía, el agua y los minerales como necesarios para el buen vivir de la humanidad, por lo tanto, derecho humano propio, perenne.

En este marco, es absolutamente necesario que la clase obrera, acompañada por el campo popular en su conjunto, haga suya la necesidad de luchar para la recuperación de todo el capital energético, el agua y los minerales, conquistándolo definitivamente como un derecho humano inalienable, inembargable, intransferible e imprescindible, ya que hace a su razón de ser, tanto en lo estratégico como a su soberanía. Esta es la única posibilidad que se logre una matriz perdurable en el tiempo, en consonancia con la protección de la naturaleza y sustentable en la óptica ambiental.

O sea, la lucha es entre absolutos, por un lado sostener para maximizar ganancias o sustentar para optimizar un desarrollo armónico con la naturaleza. El primer postulado de esta contradicción irremediablemente confrontativa, hace al desarrollo capitalista, o sea la eliminación lisa y llana de 4.000 millones de habitantes y, el otro, hace a no desechar ninguna de las utilizaciones, tanto sea de recursos no renovables o renovables, lógicamente propendiendo a acelerar la investigación en los renovables, para el buen vivir de la humanidad, donde el problema no está en los métodos de obtención de energía existentes, sino en manos de quien decide en ese aspecto, o sea no hay ciencia ni Estado neutral, tenemos en el caso de la Argentina, suficiente pensamiento científico acumulado en valiosísimos seres humanos, que están en condiciones de extremar los cuidados, para que cualquier tipo de producción de energía, sin la cual no podemos vivir, se desarrolle en consenso, equilibrio y complementariedad con el mantenimiento de un medio ambiente sustentable, exactamente ocurre lo mismo con el agua y también los minerales. Como los tres elementos están concatenados, es el pueblo en su conjunto, porque no es un trabajo de especialistas, que matriz energética desarrollará, como cuidarán sus acuíferos y cuales son los minerales que le interesan para ese desarrollo óptimo y sustentable. Ahora bien, todo esto debemos hacerlo en un contexto de sinergía suramericana, ya que es en este subcontinente que se encuentra la mayor biodiversidad del mundo y, sólo es posible con la apropiación del Estado por parte de la clase obrera y el campo popular en su conjunto, para sostener la soberanía del pueblo, en suma el socialismo y, como pivote, el proyecto del ALBA. Es decir, la salida es entre absolutos, el Socialismo o la barbarie, la cual, como aseguramos, implica la eliminación de las dos terceras partes de la humanidad.