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Carlos Girotti
La política y el ojo de la tormenta

[23/03/2009]

“La política va siempre con retraso, con mucho retraso, respecto de la economía”, señaló Antonio Gramsci en un texto que ya tiene más de ochenta años y que nunca fue desmentido posteriormente por las grandes crisis del capitalismo. Eso hasta ahora porque, al menos en la Argentina de estos días, parecería despuntar una excepción, o algo bastante parecido a ello.

El revolucionario italiano cifró su diagnóstico en la fabulosa capacidad del aparato estatal para “organizar en los períodos de crisis más fuerzas fieles al régimen que las que la crisis permitiría suponer”. Desde luego que se refería, por oposición a la fragilidad de los Estados asiáticos, como en la Rusia zarista, a aquellos otros que en Europa se desplegaban en una vasta “red de casamatas y trincheras” al interior de la sociedad civil y que prolongaban en ésta la acción educadora del Estado cuando todo el conjunto social se sumergía en una crisis. Si el lector repara en qué sucedió tras la gran crisis de 1929 –tan mentada ahora para compararla con la actual– comprenderá los alcances del New Deal y el Estado benefactor como respuesta de posguerra al irrefrenable avance del comunismo. La revitalización del mercado interno, y con éste la capacidad de consumir más a cargo de ingentes masas de trabajadores con mayores y mejores salarios, sumado a un conjunto de beneficios sociales y pleno empleo, resultaron medidas más eficaces que el burdo maccarthismo o la aventura bélica en Corea. Ahora, en cambio, con la potente crisis derivada del hundimiento del patrón de acumulación del capital basado en la especulación financiera, agravada a escala planetaria con el colapso ambiental provocado por la irracionalidad del sistema, las estadísticas no dan abasto para contabilizar las pérdidas millonarias de puestos de trabajo. ¿Y la política? Bueno, la política sigue corriendo detrás de la crisis y allá despuntan las discusiones en el G-20 sobre cómo frenar la hecatombe, mientras el Banco Mundial se prodiga en pronósticos catastróficos sobre el medio ambiente y los burócratas del FMI reclaman manos libres para volver a las andadas. Para colmo, la quebrada AIG, que recibió una cantidad sideral de dinero en concepto de salvataje, no dudó en compensar primero a sus propios ejecutivos con la friolera de 128 millones de esos mismos dólares que el Estado le concedió. Un poroto lo del baile en el “Titanic”, por más que nadie ignore que de este naufragio, infinitamente más gravoso en pérdidas de fuerzas productivas, capitales y equilibrios ecosistémicos, sólo se salvarán los más poderosos.

Pero en la Argentina, la política ha dado un paso respecto de la economía. El Gobierno decidió adelantar las elecciones y unificarlas todas el 28 de junio porque el horno de la crisis no está para bollos. Está claro que a la oposición de derechas la tienen sin cuidado los previsibles efectos en el país de la crisis mundial. Es más, tan burdo y ramplón es su economicismo corporativo que viene fogoneando, casi en paralelo con una izquierda inexpresiva política y socialmente, el esperanzado run-run del “cuanto peor, mejor”. Si todo se desmadrara, más rápido accederían al timón de los asuntos de gobierno porque ya no necesitarían de las denuncias de autoritarismo, corrupción, metidas de manos en sus bolsillos sojeros ni compras de carteras Louis Vuitton para demostrar que este Gobierno es el peor de todos. Algunos de ellos, incluso, marchan juntos, como Carbap y la Corriente Clasista y Combativa, para demandar protección para el pueblo desprotegido. Quien más, quien menos, se ha escandalizado con el adelantamiento del calendario electoral y han denunciado la maniobra como un gesto artero y antidemocrático, aunque a ninguno se le hubiera ocurrido chistar cuando Duhalde, tras la devaluación, la pesificación asimétrica y el asesinato televisado de Maxi y Darío, convocó a elecciones presidenciales para el 27 de abril de 2003. Ése sí que era un verdadero “piloto de tormentas”, como se solazaban en llamarlo.

Sea como fuere, más tarde o más temprano, la crisis mundial se hará sentir en estas costas con una fuerza inusitada. Quizás por ello, y porque el Gobierno atinó a anticiparse, las elecciones venideras –más allá de cómo resulte el trámite parlamentario para validar la iniciativa– están correctamente planteadas como un plebiscito. La ciudadanía deberá elegir quién y cómo rige los destinos del país mientras decrece el PBI y se arriba al 2011. Claro que para que nadie se equivoque, el Gobierno está obligado a ser consecuente con su previsión y avanzar todavía un paso más sin esperar a que el país entre en el ojo de la tormenta. Esto, amén de una campaña electoral relámpago, requiere de medidas concretas e inequívocas que aseguren no sólo el empleo existente sino la creación de puestos de trabajo y de salarios dignos que no corran tras la devaluación del peso. Supone, además, el reaseguro integral de una salud pública eficiente y una enseñanza gratuita sistemática y sin sobresaltos para ningún integrante de la comunidad educativa. La lista de premuras populares sería larga, pero la gobernabilidad es y debe ser más democracia y más justicia social para desmentir, aunque más no sea una vez, aquello de que la política siempre va a la zaga de la economía. Una oportunidad que no habría que desperdiciar.

Carlos Girotti
Sociólogo, Conicet

Fuente: Buenos Aires Economico http://www.elargentino.com/nota-32971-La-politica-y-el-ojo-de-la-tormenta.html

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