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.EL G-8: UNA HISTORIA SOBRE MANTENER Y PERDER EL PODER ¿Un club de los ricos y poderosos, un espectáculo de relaciones públicas, gobierno mundial? En la próxima primavera el grupo de los ocho se reunirán en Heiligendamm, en la costa alemana del Mar Báltico. La movilización está en marcha, miles protestarán ante el lugar de la cumbre.
Noviembre de 1975. En Rambouillet, situado a 50 kilómetros al sudoeste de Paris, se reúnen seis jefes de estado. El presidente francés Valéry Giscard d’Estaing ha invitado a los representantes de las cinco naciones industrializadas más importantes -EE.UU., Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña- a una ‘charla frente a la chimenea’, Italia también se unió tras una airada intervención de la presidencia francesa. El primer encuentro del grupo no fue nada espectacular, que debió hacer carrera como G6, G7 y G8. La apacible pequeña ciudad garantizaba a los seis total tranquilidad y discreción para sus charlas de dos días. El domingo van a pie a misa y también a pie a la conferencia de prensa final en el ayuntamiento. Todo está preparado para ofrecer a los muy ocupados jefes de estado la posibilidad de hablar en persona y en una atmósfera distendida, de los problemas actuales. En 1971 EE.UU. anuló la convertibilidad del oro en dólares estadounidenses; ya eran historia los tipos de cambio fijados en el sistema alcanzado en Breton Woods tras la segunda guerra mundial. El primer incremento fuerte del precio del petróleo mostró al mundo entero lo vulnerable que era la economía cuando dependía de los recursos fósiles. Subieron el paro y la inflación y el crecimiento económico se estancó. El orden económico de la posguerra se tambaleó. También aumentó la presión política para los grandes gobiernos capitalistas. EE.UU. tendría que sufrir en Vietnam la situación más desastrosa de su historia, los movimientos de masas de izquierdas desafiaban desde finales de los sesenta al sistema político, en Italia los comunistas estaban cerca de tomar el poder. En medio de todo se esto se reunieron los seis con el objetivo de ‘poner un poco de orden en su esfera occidental’. (Bernard Bridel, Le Temps, 28.5.03) El nacimiento del G8 ha sido francamente casi anacrónico: el sistema político y económico se encuentra en un cambio, nuevo actores ganan en influencia y amenazan debilitar los estados nacionales: organizaciones internacionales de finanzas y comercio, más tarde también ONGs y fondos de inversión. Y los estados, cuyas posiciones dominantes son amenazadas, reaccionan a los nuevos cambios de una manera que sería más propia del siglo XIX o principios del XX. Los grandes jefes de estado se reúnen en la intimidad frente la chimenea, para idear conjuntamente una solución a los problemas vigentes. Se puede ver pues que han encontrado una forma suficientemente flexible y eficiente para adaptarse a las nuevas condiciones y para asegurar el poder de las grandes naciones industriales. (No es) un club al estilo del siglo XIX Gleneagles, 2005. Los ocho jefes de estado se reúnen en un lujoso hotel de golf en las tierras altas escocesas. En los últimos meses se prepararon numerosas decisiones en encuentros de ministros y conferencias. Un equipo de 15,000 traductores y colaboradores y asesores se han hospedado en las cercanas ciudades de Glasgow y Edimburgo. Unos 3000 periodistas están ahí, y hay más de 10,000 policías desplegados. Medio millón de personas salen a la calle dentro del marco de la campaña ‘Make-Poverty-History’, para dar la bienvenida al G8 y para apoyar las anunciadas condonaciones de deudas para países africanos y sudamericanos. Varios miles bloquean las calles de la región en el primer día de la cumbre en protesta contra el G8. Mientras tanto las reuniones de trabajo y coordinación son anuladas causando un enorme eco mediático, flanqueado con protestas y campañas en todas partes. ¿Representa esto un incremento de poder del G8? ¿Son estas cumbres, grandiosamente escenificadas, apropiadas para el papel que el G8 desempeña en el sistema de la gobernación global? Todo lo contrario. Porque la historia del G8 también es una historia de pérdida de poder e influencia. Cuánto más poder de decisión perdieron, más se transfirió el contenido de la cumbre a un plano simbólico. La creación del G8 tuvo lugar ante el trasfondo de un sigiloso desplazamiento de las relaciones globales de poder. Los grandes estados nacionales empezaron a perder influencia, sobretodo en el ámbito económico. Durante un tiempo lograron defender su esfera de poder en el nuevo orden de relaciones mediante periódicos encuentros informales. En la medida en que las instituciones (financieras) internacionales ganaron peso, los estados del G7 fortalecieron su influencia mediante convenios internos. Oficialmente los ocho estados no constituyen una mayoría, ni en el Banco Mundial, ni en el FMI- su porcentaje de votos no sobrepasa el 47 o 48%. Sin embargo en los congresos primaverales y otoñales de ambas instituciones, los resultados obtenidos en los encuentros de los ministros y ministras financieros del G7, que tuvieron lugar paralelamente, fueron considerados durantes mucho tiempo determinantes. Mediante sus bancos centrales pudieron influenciar una y otra vez a los mercados financieros. También en la Ronda Uruguay, que comportó la creación de la OMC en 1995, se hizo valer decisivamente la influencia del G8. El grupo cumplió con ello una función central en las relaciones globales de poder: en él se unió el poder de los estados nacionales, asegurando así su influencia en el desarrollo global. EL G7 nunca fue un actor autónomo, nunca fue un lugar desde donde se tomasen decisiones fundamentales y después fuesen llevadas a la práctica. Numerosas iniciativas y tendencias, que se atribuyeron en los pasados años al G8, fueron más bien el resultado de la política interior de los estados anfitriones entonces adeudados al G8 como institución: por ejemplo la energía, que Rusia había escogido como punto central a tratar en julio de este año, o la campaña a gran escala a favor de África, con cuya ayuda Blair esperaba obtener una mejor imagen entre sus votantes tras la debacle de la guerra de Irak. El G8 es como un grupo elitista informal - como un club al estilo del siglo XIX, donde las elites construyen redes, hacen negocios y, lejos de la mirada pública, coordinan sus planes. Pero ese tipo de carácter sólo se manifestó claramente en el primer encuentro; desde los años noventa, como muy tarde, un objetivo principal de la cumbre del G8 es acercarse al público: secuencias minuciosamente planeadas, campañas preliminares y una estrecha coordinación con los medios, hacen de las cumbres un espectáculo de relaciones públicas. Suena muy abstracto hablar de un ‘nudo en las redes de la hegemonía global’; sin embargo esclarece muy bien la posición del G8 dentro de las relaciones de dominio (veáse ak 504). Las decisiones fundamentales no proceden del G8. Pero las tendencias y las relaciones sociales que se extienden por toda la sociedad, son aquí puestas en claro y fortalecidas. Las cuentas en la red de la hegemonía global La década de los ochenta proporció al G7 una influencia inesperada: la crisis de endeudamiento de 1982/1983 arrojó a los países del sur a la dependencia de las instituciones financieras internacionales, sobre cuyas decisiones el G7 tenía gran influencia. Creciente defensora de la liberalización de los mercados de capitales, pudo imponer esta política a través de las medidas para el ajuste estructural del Banco Mundial y el FMI en numerosos países del sur. El derrumbamiento del bloque del Este a finales de los ochenta representó para el G7 un antes y un después. Durante los años anteriores la agenda de la reunión en la cumbre fue constantemente ampliada, junto a los temas económicos estaban ahora entre otros el terrorismo, el SIDA, el clima y el desarrollo en la orden del día. No sólo la cumbre misma, también las declaraciones finales se habían vuelto cada vez más extravagantes (y más insustanciales). Con la caída del muro en 1989 aparecieron nuevas reglas de juego. Ahora todo era global, concernía a todo el mundo, y el estruendo general de la reunión en la cumbre permitió que el G7 tomase rápidamente una nueva posición. La ONU era demasiado heterogénea, estaba demasiado desmembrada, para tomar un puesto de dirección en el nuevo orden mundial, en cambio el G7 pudo establecerse como un foro eficiente y competente para las cuestiones globales. Sin embargo la celebración del poder, que rodeó la cumbre, no pudo impedir, que no sólo los estados participantes, sino también el G8 como unidad (es decir, su comisión de coordinación), perdiesen en los últimos años cada vez más poder de influencia. La red en la que están atrapadas sus economías se ha vuelto hace tiempo demasiado complicada como para que todavía pudiese poseer el poder de decisión, que aparenta tener desde fuera. Los nuevos actores se disputan su posición: los consorcios transnacionales operan desde hace tiempo por encima de las fronteras de los estados y sus esferas de influencia. Los pujantes países en vías de desarrollo reclaman su cuota de poder, las instituciones, en cuya construcción participaron, se han independizado. En 2003 el G8 ya no logró implementar en el FMI uno de sus acuerdos internacionales sobre el derecho de insolvencia. En la OMC el G8 es incapaz de actuar debido a la disputa comercial entre la UE y EE.UU. En la cumbre de San Petersburgo de julio 2006 el G8 había llamado a “un esfuerzo común”, para llegar rápidamente a una conclusión en la ronda de comercio mundial de la OMC que estaba teniendo lugar. Su fracaso sólo una semana después mostró que ya había perdido su poder ahí a favor de otros actores. El equilibrio internacional de poderes se ha desplazado en perjuicio del G8: China entretanto es el segundo poder económico, la India ocupa el cuarto lugar. A pesar de la pérdida de poder real, el G8 aparentemente no se rinde. En lugar de eso transfiere cada vez más enérgicamente sus funciones a la esfera de lo simbólico. Con la creciente inseguridad dentro de la sociedad, se hace aún más significativa la majestuosa aparición de los ocho jefes de estado; aumenta la necesidad de demostrar -y demostrarse- capacidad de control y gobierno de la situación. El G8 desempeña lo que el modo predominante de entender la política reclama: el papel de un ‘gobierno mundial’, un grupo de hombres y mujeres de estado experimentados que, ante una globalización desenfrenada y en un mundo cada vez más complejo, conservan una visión de conjunto y ni por asomo están dispuestos a dar entender que las riendas se les escaparon de las manos hace ya mucho tiempo. Notas: 1) Muchas sugerencias de este artículo provienen del Taller ‘¿Qué poder tiene el G8?’ en BUKO 29, documentadas en www.buko.info. 2) Por iniciativa de los EE.UU. se unió Canadá en 1976. Para consolidar el nuevo equilibro tras el fin de la ‘guerra fría’, pero también debido a intereses en las materias primas, permitieron a Rusia asistir a la cumbre desde 1994 y ampliaron el G7 cuatro años después a G8. *Juliane Schumacher publicista alemana, miembro del grupo en torno de la revista de reflexión teórica de izquierda Analyse und Kritik, especializada en política internacional. 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Suplementos FeTERA Proyectan una planta experimental de gasificación de biomasa forestal para producir energía (FeTERA SEMANAL N° 581 17.11.10). el proyecto está orientado a la producción de energía desde un sistema más novedoso que el que se emplea actualmente: la gasificación de la biomasa. “El sistema convencional se asemeja al de una central térmica, en la que a partir del calor se produce vapor y de éste se obtiene la energía”, explica el experto. Suplementos FeTERA Sol africano, kilovatios europeos (FeTERA SEMANAL N° 580 10.11.10). África del norte y una parte de la península árabe forman parte de tres gigantescos proyectos energéticos, llevados por una Europa preocupada por disponer "de electricidad propia. ¿"A quien aprovecharán?. Suplementos FeTERA La ecología política del giro biocéntrico en la nueva Constitución de Ecuador (FeTERA SEMANAL N° 579 04.11.10). La nueva Constitución de Ecuador presenta por primera vez en América Latina un giro hacia el biocentrismo. 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La fase actual del modelo neoliberal, aunque algunos prefieren hablar de “posneoliberalismo” cuando se trata de gobiernos progresistas, no puede sino generar polarización económica y social. En este caso, el progresismo interpone políticas sociales que no pueden modificar la distribución de la renta, pero son funcionales a la explotación de la naturaleza. No será sencillo salir del extractivismo. Pero nunca se conseguirá sin un profundo debate que anticipe la imprescindible confrontación con un modelo depredador Suplementos FeTERA |
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